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Cuando las ideas valen más que 1.000 productos

El 22% del PBI del país proviene del conocimiento. La era digital presenta oportunidades y desafíos. Pero faltan ingenieros y sobran abogados.

En 2006, las empresas líderes en capitalización eran Exxon Mobil, General Electric y Gazprom. Actualmente, diez años más tarde, la lista está encabezada por Apple, Google y Microsoft. Es un ejemplo un tanto caprichoso pero que revela el ascenso creciente de activos intangibles vinculados al conocimiento (diseño, innovación, creatividad, ingeniería, entre otros) por sobre las bienes manufacturados.

Aunque tal tendencia elude las definiciones tajantes, la denominada economía del conocimiento está en pleno auge, lo que plantea desafíos laborales (muchas tareas y oficios están en riesgo), educativos (el fomento de las ciencias duras, como las matemáticas, la física y las carreras de ingeniería) y hasta culturales (adaptación a la era digital).

En el país, “el 22% del PBI de Argentina está vinculado a la economía del conocimiento”, indica un estudio de Accenture. El dato sorprende, pero es un porcentaje bajo si se lo compara con países desarrollados como Estados Unidos (38%), Japón (32%) y Holanda (30%). “La Argentina podría subir al 25%, ya que los sectores intensivos en conocimiento (telecomunicaciones, finanzas, y servicios empresariales) crecen más que el promedio”, añade el mismo informe.

El objetivo que se postula es transformar al país en un proveedor global de talento, esto es, un polo para ofrecer el mundo abundante materia gris vinculada a ramas del conocimiento que escasean, como ingeniería, informática, física, tecnología, programación y matemáticas. Son ramas con salida laboral garantizada y que las empresas retribuyen con salarios altos.

Las estadísticas en materia educativa demuestran que el desafío es más complejo de lo que parece. Se calcula que en la Argentina hay poco más de 125.000 ingenieros. Y por cada 31 títulos de ingeniería se otorgan 100 en abogacía. Todo eso dentro de fallas mucho más abarcativas, estructurales y sistémicas: apenas el 10% de los inscriptos en carreras universitarias obtiene el título. Y un poco más abajo, cerca de la mitad de los egresados del secundario no comprenden los textos que leen. El Estado, en este sentido, se lleva muchas materias a marzo.

La economía del conocimiento (principalmente ligado al sector servicios, pero no exclusivamente) podría representar el 30% del PBI “si se invierten US$5.000 millones adicionales en ciencia y tecnología (un 86% más que en 2015) y si se agregan 9.900 trabajadores por año en esas disciplinas (70% más que en 2015)”, concluye el trabajo de Accenture.

Tomás Castagnino, jefe de investigaciones económicas de la consultora, dice que la tarea abarca al sector público y al privado: “De parte del Estado, para recalificar habilidades y capacidades de las personas, y facilitar la inversión en tecnología. En tanto el sector privado debe facilitar el entrenamiento en el trabajo para la reasignación de tareas cada vez más complejas”, dice el ejecutivo.

La mayor incidencia de la producción (y demanda) de conocimiento genera diversas preocupaciones en el ámbito laboral por el avance de la robótica, la inteligencia artificial y nuevas tecnologías de la comunicación, entre otras. Un informe presentado en febrero del año pasado y que fue elaborado en conjunto por la Universidad de Oxford y el Citibank, predijo que el 47% de los puestos de trabajo de EE.UU. están en riesgo por la automatización. En los países más desarrollados el porcentaje alcanza al 57%. Y en China trepa al 77%.

Oficinistas, recepcionistas, asistentes, conductores de taxis, agentes de seguridad, mozos, cocineros de fast food y repositores de supermercados encabezan la lista de los trabajos que tienen las horas contadas, según el informe anterior. Un escalón por debajo –con luces amarillas– también figuran oficios y profesiones calificadas, como programadores, analistas financieros, músicos, abogados y periodistas. Al parecer, nadie está a salvo de estas predicciones tan lúgubres.

En la Argentina hay casos bien concretos que convalidan alguna de esas tendencias. Por caso, el avance de las tecnologías digitales favoreció el surgimiento de aplicaciones que sustituyen el trabajo humano, como la SUBE (que limitó las tareas en ventanilla, como la venta de tickets), la banca electrónica (consultas, depósitos, transferencias de dinero, etc.), el eCommerce y hasta la educación a distancia (cursos automatizados de todo tipo). En países desarrollados, están en pleno auge los procesos robotizados en muchos sectores industriales. De hecho, a la economía del conocimiento se la conoce como la “4° Revolución Industrial”.

Al igual que muchos estudiosos del tema, Castagnino sostiene que no hay que sacar conclusiones tremendistas. La incorporación de tecnologías automatizadas no necesariamente produce desempleo significativo. “El sector bancario -dice a modo de ejemplo– incorporó masivamente cajeros automáticos y los bancos no perdieron puestos de trabajo. Por el contrario, la inversion en tecnología creó nuevo empleo con puestos de mucho mayor valor agregado”.

Cualquier hipótesis sobre el futuro del trabajo por ahora suena apresurada. El surgimiento de plataformas de intermediación –como Airbnb y Uber– es una amenaza concreta a negocios establecidos, como hoteles y taxis. Justamente, ya hay ciudades que regularon esas actividades con el objetivo de proteger a los sectores tradicionales. Sin ir más lejos, Uber en Capital tiene bloqueado el cobro de viajes con tarjeta de crédito.

Más allá de esto, las predicciones sobre la economía del conocimiento están de moda. De hecho, en los últimos años se arman paneles específicos sobre el tema en los más tradicionales foros empresarios y económicos globales y locales, entre ellos el Foro de Davos y el Coloquio de Idea. La creación de activos intelectuales, la formación de talentos, la reasignación de tareas simples a otras más complejas es parte del nuevo vocabulario.

FUENTE: Clarin